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jueves, 12 de octubre de 2017

SEGUNDA ERA. PRIMER CICLO. FASE I. Capítulo 1. LOS CHELES DE LOS HOMBRES

NUEVAS LEYENDAS DEL LAGO ATITLÁN

JORGE RUIZ CUESTA


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DESPERTAR SOÑANDO. S.A.
Atitlán,
Cerca del agua.










ERA SEGUNDA

ÍNDICE



CICLO PRIMERO: “Historias de amores y perros”

FASE I
1. Los cheles de los hombres
2. El viento y los perros
3. Huesos


FASE II
1. Una historia de amor.
2. Segunda oportunidad irrepetible.



CICLO SEGUNDO


FASE I
MEDITACIONES CONTEMPLATIVAS 

de Jesús Miravalles 

EXTRAÍDAS DEL “DIARIO DE UN VIAJERO”
1. El lago soñado
2. Recuerdos o sueños
3. La cima
4. Insomnio y leyendas
5. Otro insomnio, otra leyenda
6. Atravesando el espejo
7. Intuiciones o ladridos
8. Meditaciones sumergidas
9. El barco fantasma
10. Geografía irreal
11. Vientos ahogados
12. Paisaje íntimo
13. La transformación del viajero.




PRÓLOGO/EPÍLOGO

NUEVAS LEYENDAS DEL LAGO ATITLÁN es un conjunto nunca fijo de relatos que van saliendo a la luz (en Blog) antes de nacer (en papel). Así, frente a una edición (o dosificación) convencional, que muere al nacer, que se cierra definitivamente o se fija para siempre al quedar impresa, estas leyendas, si llegan a ser un poco "legendarias", será irónicamente por alargar su vida más allá de cada punto final, al corregirlas, ajustarlas y hasta reescribirlas sin más pausa que su declarada dosificación.
Precisamente la imposibilidad de fijar un orden claro, marcar un itinerario único o proponer un final con destino, es lo que nos lleva (paradojas posmodernas) a presentarlas en ERAS, CICLOS, FASES y CAPÍTULOS, abiertos, cambiantes, flexibles, sabiendo que el rastro de lo legendario es inasible como una atmósfera y que sólo una estructura que sea como el TIEMPO mismo, podrá sobrevivir.
Por todo ello, SE HACE SABER que esta publicación inexistente sufrirá -como cualquier alma mortal- sucesivas transformaciones, remiendos, adiciones y hasta adicciones en sus CICLOS, FASES, CAPÍTULOS; PINTURAS, FOTOS, COMENTARIOS...




Diego Isaías Hernández Mendez

CICLO PRIMERO

1. LOS CHELES DE LOS HOMBRES 

Un cuento de terror basado en la tradición oral de las leyendas tz´utuhiles

 

Yo no contaría esto si no lo hubiera visto con mis propios ojos. 
Fue una noche de lluvia sin luna. Eran pasadas las doce cuando regresaba a mi casa después de celebrar con un compadre al que no había vuelto a ver desde la infancia.

En la cantina de doña Rosita, estaban los habituales y allí los dejamos cuando me llevé al compadre de vuelta a su pensión. Nada más regresar a la calle del mercado y enfilar para mi casa me di cuenta de que me seguían dos chuchos. Cuando pasé por la biblioteca municipal eran más de seis o siete los perros que traía detrás, silenciosos pero vigilantes. Al llegar a la altura del cementerio, otros tantos me salieron al paso en la parte más estrecha de la calle. El más grande entre estos, se distinguió de la mara acercándose a poco más de tres metros del lugar donde me quedé paralizado cual si fuese víctima de una aparición, según narran leyendas de nuestro pueblo. Entonces, moviendo la boca como si ladrase, el perro pronunció estas inolvidables palabras en nuestro amado idioma tz´utuhil (o al menos así lo escuché yo):

Ven compañero, acércate, no tengas miedo, te esperábamos”.

Quise huir pero estaba rodeado. Con tres respiraciones hondas, intenté engañar al terror lo suficiente como para mover algún músculo, pero entonces, cuando ya estaba decidido a someterme, fue cuando me vi como perro.

Era negro y peludo, estaba sucio y hambriento. El líder de la mara parecía ahora más grande que antes. No, no parecía: me sacaba una cabeza de altura y dos cuartas de largo. Creo que lo miré como un niño mira a su padre, quizá por eso después de un titubeo, dirigiéndose a mí, dijo “Vamos” con una voz que me calmó.

Seguí a la mara sintiendo cómo algunos me olisqueaban dedicándome miradas valorativas con aire de superioridad. Cuando llegamos al centro del cementerio, otro perro, el que parecía más viejo, habló de este modo:

No hay tiempo que perder. Ha llegado nuestra hora. Al final de esta noche, cuando el sol reanude la cuenta de los días, el tiempo del no tiempo comenzará. Cuando amanezca nada podrá hacerse por nuestra comunidad”.

Después el líder, con su voz poderosa dijo: “Todos a sus puestos” y dirigiéndose a mí en voz más suave añadió:

Tú quédate aquí conmigo”. El gran perro me explicó mi cometido. “A ti te corresponde vigilar el cementerio. Durante esta noche nadie puede acercarse a hablar con sus muertos. Espero que sepas cómo arreglártelas para espantar a las personas que busquen estos días la compañía de sus antepasados”.

Antes de irse se me acercó a un palmo de la cara y me lamió los ojos con su gran lengua: “Toma, con esto en tus ojos no necesitarás ayuda de nadie”.

¿Qué es esto?, acerté a preguntar.

Son cheles que he logrado recoger de los ojos de un niño pequeño”.

Yo hice lo que se me dijo pero sólo hasta cierto punto porque nadie apareció por el cementerio. Cuando me quedé solo y el frío comenzaba a taladrarme los huesos husmeé por los alrededores.

Diego Isaías Hernández Mendez
Recuerdo haber visto las tumbas de los hombres con insólita indiferencia, pese a que tuve que haber pasado junto a varias que albergan seres queridos. Mi mente estaba inmersa en otros pensamientos. Me intrigaban los términos exactos de la misión. Sabía que en nuestra tradición, si se aplican en los ojos de los hombres los cheles o legañas de los perros se pueden ver los espíritus con mayor facilidad. Lo sabía, pero no lo recordaba en ese momento, por eso no me intrigaba qué efecto podían tener los cheles de los hombres en mis ojos de perro. Del mismo modo había escuchado las palabras del perro anciano, entendiendo que se referían al tiempo, pero “eso” era algo que en aquel momento había dejado de experimentar.

Así, el segundo día o al siguiente segundo, nunca podré precisarlo, me dejé llevar por la tentación de abandonar mi puesto, olvidar mi misión y tomar el itinerario de vuelta a casa. Sólo entonces, al salir del cementerio, o porque el efecto de los cheles humanos es más lento, comencé a comprender.

No me hizo falta llegar hasta la casa, pues por el camino se observaban las huellas de la matanza. Alguien había rociado todas las calles que salen del mercado con un polvo que pintaba de amarillo los cimientos de las casas, como señalando que algo extraño y aterrador había aflorado. Los perros, mis hermanos, yacían en las más variadas posturas inertes. Una comisión de la municipalidad se estaba organizando para recoger sus cuerpos y quemarlos.

Diego Isaías Hernández Mendez
Aterrorizado por la crueldad de mis contemporáneos regresé rápidamente al cementerio. A pesar de que tomé la precaución de esconderme y de que ni el líder de los perros ni el más viejo del grupo, ni persona o animal alguno apareció por allí en los días siguientes, el tiempo se me hizo largo seguramente porque lo viví aterrorizado.

En algún momento debí dormirme. No lo sé, lo intuyo, porque “desperté” hambriento, temblando de frio y tan sucio como antes, pero con el cuerpo y la memoria humanas restablecidas otra vez. (Quién sabe si el cerebro, con el fin de asimilar estas transiciones desconocidas, necesite recurrir a los subterfugios de aquellas otras que son asimilables para nuestra experiencia ordinaria, lo que provoca que la experiencia del mundo, sea por él o por nosotros, siempre resulte extraordinaria).

El caso es que al restablecerme (cuerpo y memoria bastan) quedé persuadido de que todo había sido un sueño y regresé a la casa simulando seguir de jarana, como si no hubiese ocurrido nada. Mi esposa me recibió huraña y esquiva, pese a que para ella hubiera transcurrido sólo una noche y no dos, como yo creía. Mis hijos tan cariñosos y merodeadores como siempre, no sospecharon nada, ni siquiera cuando mi esposa me reprochó la desgracia. Nuestro perro había salido a buscarme durante la noche. Y aquella no había sido una noche cualquiera, era la noche decretada por la municipalidad para “el envenenamiento masivo y controlado de los perros que hacen mara, se asilvestran y atacan personas y propiedades en nuestro pueblo”. 

 






ADVERTENCIA PARA INADVERTIDOS-AS


Toda búsqueda de leyendas es legendaria.
Toda búsqueda o indagación sobre uno mismo es una búsqueda o indagación universal. El tiempo, el ingrediente esencial de la vida, se hace espiral y, entonces, sus ciclos no se repiten, en todo caso, repiten el biorritmo que los contemporiza. Esa es la armonización primordial, la que has de buscar, encontrar y mantener, cueste lo que cueste, en el bombeo de tu corazón, los ritmos de tu respiración, los anhelos de tu espíritu.
Por eso, si, desconcertado, has perdido la cadencia temporal que se acopla a tu ser, aquí podrás encontrar un nuevo vínculo entre lo íntimo y lo universal que no siéndote propio, tampoco te sea ajeno.
Y todo porque, si buscas leer, vivirás, y si buscas vivir, leerás.









http://i.creativecommons.org/l/by-nc-nd/3.0/nl/88x31.png
DESPERTAR SOÑANDO. S.A.
JORGE RUIZ CUESTA 
Atitlán, Cerca del agua.



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