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martes, 24 de junio de 2014

PRIMERA ERA. CICLO PRIMERO. FASE III: "LO ACUOSO" (CAPÍTULOS 10-13).



NUEVAS LEYENDAS DEL LAGO ATITLÁN



Jorge Ruiz Cuesta
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ATITLÁN
Cerca del Agua




Diego Isaías Hernández: "Desastres Naturales por Vientos y Lluvias"

CICLO PRIMERO

"PAISAJE INTERIOR"

 FASE III "LO ACUOSO"



INDICE GENERAL

CICLO PRIMERO “PAISAJE INTERIOR”

FASE I: “LO ETÉREO”
1. SUEÑOS
2. MI LUGAR FAVORITO DEL LAGO
3. EL LAGO FANTASMA
4. EN EL FONDO

FASE II: “LO ESPECULAR”
5. ECLIPSE TOTAL DE LUNA
6. MALAS LENGUAS
7. REFLEJOS
8. UN ESPEJO DE OBSIDIANA GIGANTE
9. ENTRE DOS LUNAS
FASE III: “LO ACUOSO”
10. LLUVIA Y LÁGRIMAS
11. LO QUE SE SABE DE LOS AHOGADOS
12. LA CIUDAD SUMERGIDA
13. HOMENAJE TARDÍO 
(Fragmento del Ensayo "TESTIMONIOS DIFERIDOS"
de Antonio Canil)
Parte Primera: Don Andrés Puac Tuyuc
Parte segunda: Doña Petrona González





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 FASE III "LO ACUOSO"

Juan Fermín González Morales: "Lavando ropa"






10. LLUVIA Y LÁGRIMAS

Domingo García Criado: "Bañando"
La lluvia, al caer sobre el Lago Atitlán, alimenta y renueva las aguas estancadas como un elixir salvador que limpiase las heridas, las cicatrices, las suciedades de la líquida piel del cuerpo y de la tierra. Cada vez que llueve, el agua refuerza la estructura de los átomos de H20, recargando sus atributos curativos, mágicos y detergentes, cual si en lugar de gotas cayesen pócimas cargadas de poder.
Cuando pasa la tormenta y el sol asoma de nuevo, como en un amanecer retardado que se interioriza, los brillos del agua se intensifican, se refuerzan, se animan, como si el Lago fuera un espejo roto por el llanto de los astros.
Por eso se avisa del peligro a los bañistas abrumados por alguna pena, pues si una sola lágrima suya se disuelve en las aguas del Lago Atitlán, todas sus potencialidades quedarán en suspensión, hasta que vuelva la lluvia a caer y se renueven todos los ciclos del Lago que es el alma del cuerpo de esta tierra.




11. LO QUE SE SABE DE LOS AHOGADOS 

por Antonio Canil.

Antonio Canil es el padre de María Canil, pareja de Jesús Miravalles.
Quien desee saber más a cerca de estos personajes sólo tiene que conseguir leer el relato inédito “Despertar soñando”, tarea imposible por el momento, pues el manuscrito duerme el sueño de los justos, ya que no ha sido descubierto aún.


Dicen Nuestros Antepasados que los Ahogados parecen humanos de tan desorientados y fugaces como caminan, pero tocarlos es como tocar el aire o atrapar el humo.
Llevan un traje blanco y se mueven como el viento del norte porque salen a la tierra en el invierno: entre octubre y diciembre, cuando hasta el aire es agua. Por eso dicen en Santiago Atitlán que “ese es su tiempo de hacer maldades”.
(En el fondo no saben que los Ahogados actúan así, por la fuerza que ejerce hacia arriba una extraña añoranza de lo que no pueden o no saben).
En todas partes cuentan que salen en grandes grupos, tocando el tambor y llevándose a las personas que encuentran por las calles, especialmente si andan solas, o mejor dicho, “si se alejan de los caminos de su Comunidad”. Suelen llevar una lista con los nombres propios de los que se ahogarán en los próximos días y eligen lugares especiales para anunciarlos con cierta algarabía silenciosa.
En San Pedro La Laguna se dice que cuando alguien se ahoga, pasa a ser “El Ch´i´p”, es decir, “El Último“. El Ch´i´p, pese a ser el espíritu más pequeño y el menos poderoso, será el encargado de guiar a los Ahogados en su salida a la superficie, ya que el calor de la gente anida todavía en su espíritu y puede amoldarse mejor a las situaciones, para muchos ya olvidadas, de la vida en la tierra.
En Santa Clara La Laguna, el pueblo que llaman “volador”, se piensa que los días posteriores a las jornadas de “Niebla”, cuando el Lago es todavía una nube que está empezando a despegar (no se sabe si de lo hondo o de la nada), los Ahogados celebran  sus fiestas, sus ceremonias, sus conmemoraciones. Esos días, desde Santa Clara, puede verse claramente cómo emanan por toda la superficie del Lago los vestigios nubosos de las velas, las hogueras, las pirotecnias y hasta los malos humos de los que habitan la ciudad sumergida. Por eso en Santa Clara, cuando pasa la “Niebla” se dice que los Ahogados, al fin, “Respiran”.

Pedro Rafael González Chavajay: "Lluvias de Gracia"


12. LA CIUDAD SUMERGIDA


 Los que mueren ahogados o accidentados en las aguas del Lago Atitlán, van a poblar la ciudad sumergida, la ciudad de los muertos que se oculta bajo las aguas.
Allá, en ese ámbito atemporal, etéreo, acuoso y especular que sólo se hace visible para los ojos profundos de los Ahogados, la existencia se prolonga en las acciones, vivencias e ilusiones que no pudieron tenerse durante la vida en la superficie de la tierra. Por eso los campesinos se ven artistas, los pescadores sanadores y las mujeres más sencillas reinas, porque bajo el agua, lo que es imposible de hundir es el cumplimiento de los sueños.
Emilio González Morales: "Baile de Jarros"
Que Allá Abajo hace calor, un calor húmedo que se pega a los huesos, se nota en que los Ahogados visten una tela tan ligera y sencilla como la que usaban los Antiguos, y si el color es blanco, debe ser para que los ojos embebidos de los Ahogados puedan distinguirla de la masa de agua.
Los Ahogados Antiguos, los que llevan mucho tiempo viviendo en la ciudad sumergida, sienten una remota añoranza de lo que olvidan: la luz del sol y ese algo indefinible que flota siempre pero nunca logran fijar en su memoria de agua.
Los Ahogados recientes, en cambio, sienten todavía nostalgia de la gravidez y de la carne: por eso salen de vez en cuando a la superficie a señalar a su elegido cuando, desprevenido o dormido, los piensa.
Emilio González Morales: "La Paz"
Quien amanezca con una de estas heridas, mordeduras o señales en su cuerpo dormido, deberá ponerse en lo peor y si no desea “ser el primero en ser El Último”, tendrá que limpiar su señal o mordedura con una piedra pómez, la única piedra que flota. Después, para que la cicatriz desaparezca definitivamente de su cuerpo, deberá arrojarla al agua de nuevo. Sólo tras esta ceremonia los Ahogados que aún sienten nostalgia bajo las aguas sin memoria del Lago Atitlán, dejarán de ser mortificados por el pensamiento de sus elegidos.
Puede decirse entonces que si las piedras pómez flotan es porque guardan en su aire interior los espíritus previos que las arrojaron al agua para liberarse de alguna nostalgia extinguida.
Por todo esto vengo sosteniendo desde hace años en mis investigaciones que los Ahogados de nuestro Lago no salen por maldad como se interpretó que decían los Antiguos, sino debido a que viven inmersos en la nostalgia de una vida que no recuerdan, una compañía que no está y una existencia que, en el fondo, no pueden concebir.
Pedro R. G. Chavajay: "Manantial Sagrada"
Aflicciones, añoranzas, melancolías, si se piensa en profundidad, no tan extrañas a las nuestras que superficialmente nos creemos vivos.
Quizá por eso, excepto la gente más sencilla, muy pocos confiaron en las noticias que Don Andrés Puac Tuyuc contaba sobre “La Vida Acuosa” (título de la tesis donde recogí, analicé e interpreté su testimonio). Para los escépticos sólo eran charlas alcohólicas de cantina. Para los eruditos de entonces se trataba de “dichos y costumbres comunes, acumulados embrolladamente en los ovillos del tiempo”. O, en formulación todavía más rebuscada de Jesús Miravalles (un poeta español que después de casarse con una Pedrana, desapareció en las faldas del Volcán), “historias que pululan entre las gentes como placebos fantasmales ya que sólo si se creen obtendrán relevancia en el presente”.
Por ser yo el primer no Ahogado a quien don Andrés encontró en la superficie, la historia completa sólo me la contó a mí. Así, por la vía de este testimonio referido cuando aún estaba húmedo en la memoria del Ahogado, llegué a interesarme por las leyendas de Nuestro Pueblo y, mucho tiempo después, fui entendiendo que no sólo fue el trago lo que permitió a don Andrés “ser el primero en dejar de ser El Último”.


Juan Coche Mendoza: "Pescador"

 

13. HOMENAJE TARDÍO 

Parte Primera: Don Andrés Puac Tuyuc


Desde que don Andrés Puac Tuyuc sobrevivió a su experiencia de Ahogado, compartí con él todo el peso de su testimonio. Sólo desde que murió sentí que podía liberarme de esta carga que hasta hoy se ha ido eternizando. Y ahora, al final de mis investigaciones, cada vez que escribo sobre los Ahogados, la Ciudad Sumergida o “La vida acuosa” en general, me doy cuenta de que en el fondo, estoy hablando constantemente de mi propia vida.
Don Andrés fue un gran bolo hasta sus últimos días. Desde muy patojo gastó lo que pudo en trago, pero era tan buena persona que todos, especialmente los jóvenes, le teníamos un gran afecto, entre otras razones porque siempre era simpático y no sabía reñir. En aquel tiempo nos hacían gracia sus andares vacilantes, sus pantalones demasiado grandes mil veces remendados, sus escasos pelos largos ya canosos, enroscados alrededor de la cabeza y el brillo de sus ojos que sólo se nublaba cuando estaba a punto de perder la conciencia.
Juan Fermín González Morales. "Pescador"
Cuando don Andrés llegó al lugar que había planeado para pescar, colocó su anzuelo y se sentó en el cayuco a esperar. No sabe cuánto tiempo pasó allí bajo la fina lluvia. Sólo dos veces creyó que alguna mojarra estaba jalando del hilo. La primera fue una falsa alarma, pero justo cuando se estaba preparando para recoger la segunda, de repente, el cayuco comenzó a girar sobre sí mismo, al principio lentamente, pero después como si hubiera entrado en una zona de corrientes subacuáticas espirales, o como si el gancho de su caña hubiese destapado el cráter que corona el mundo sumergido. Aquella noche extraordinaria que cambió nuestros destinos llovía, pero don Andrés salió a pescar porque el Lago estaba en calma y la Luna era creciente. Pescar era su costumbre cuando no tomaba, quien sabe si por el hábito o el gusto de sentir los huesos cimbreados por algún mareo.
Emilio González Morales
Cuando don Andrés abrió los ojos de nuevo, ya estaba bajo el agua. Se sentía mareado, ebrio, pero como esa sensación no le resultaba extraordinaria lo primero que llamó su atención fue otro detalle que para la mayoría de los Ahogados suele pasar inadvertido. Bajo el agua se sentía bien, incluso con menos frío que en el cayuco antes de desatarse la tormenta porque tras la fatal sensación de ahogo inicial siguió respirando tranquilamente como si una vez calado el cuerpo hasta los huesos el agua se volviera de aire. Sin embargo, lo más extraño, lo que reclamó poderosamente la primera atención de su mente sumergida fue que, cuando aún no sabía si ascendía o descendía (sólo buscaba alguna luz que le indicara dónde se hallaba la superficie), le pareció que su accidente había ocurrido desde el primer chapuzón de su conciencia.
Don Andrés, sumergido, desorientado espacio-temporalmente, miraba hacia un lado y veía lo que parecía la luz de la Luna tenuemente filtrada en el agua, pero también miraba hacia el lado opuesto y veía una luz débil como de planeta lejano que lo atraía. 
Ante las dos luces, primero se sintió desconcertado y finalmente una pulsión de soledad desbordada le lanzó a bucear hacia la luz que le pareció de una intensidad más acogedora. En esos primeros instantes, don Andrés se consolaba pensando que en realidad se hallaría tirado en alguna calle del pueblo, soñando que se ahogaba y que, tarde o temprano, con más o menos resaca, iba a despertar en cualquier calle, cantina o rincón habitual. 


Pero cuando logró aproximarse lo suficiente a la luz elegida (gracias a que fue buzo en sus años jóvenes), comprobó para su sorpresa, que no se trataba ni de la Luna ni del cráter incandescente de un viejo Volcán sumergido, sino de... “una casa”, o mejor dicho, un pequeño edificio que se fue haciendo más grande, múltiple y complejo a medida que don Andrés se acercaba y podía distinguir no sólo una fuente de luz sino varias.
Había buceado al fondo en lugar de salir a la superficie pero cansancio y desazón se diluyeron cuando pudo contemplar con detalle aquellos edificios hechos con piedra y rematados con esa clase de tallos que sólo fortalece el agua: eran, según le quedó en su recuerdo de Ahogado, juncos, tules, cañas, de azúcar, de maíz, de bambú…, formando un conjunto de construcciones cuya belleza transformó como por encanto la angustia que comenzaba a sofocarlo en simple curiosidad sin apremios. Además, a juzgar por la luz verdeazulada que iluminaba casi todos los edificios por dentro, no se podía considerar aquel un lugar triste o desolado.
Después de "tomar aire" y notar su aliento acuoso demasiado caliente, llamó a la puerta y al tocar la musgosa madera con los nudillos, como estaba entreabierta, se abrió del todo. Don Andrés se sintió más desconcertado todavía cuando entró en la sala pesadamente, como el que camina por la Luna, y comprobó que se trataba de una especie de cantina.
María Teodora Mendez de Gonzáles: "El Baile de la Cofradía, Todos Santos"
“No cabe duda, esto es un sueño”, pensó mientras recorría con la mirada el espacio interior de la casa y lo veía lleno de gente. “Había hombres y mujeres que parecían bolos bailando en una cantina. Había marimba, se tocaba carrizo, hasta Bailadores y Danzantes Mascarados había”. 
Al parecer el lugar estaba desbordado pero en una armonía que debía ser sólida porque “la gente hablaba en grupo en torno a diversas mesas, atendidas por jóvenes vestidos de blanco que repartían vasos, botellas, comida”. También le llamó la atención que en cada mesa se amontonaran cuatro o cinco tamborcitos de pequeño tamaño y le sorprendió sobremanera distinguir de pasada una conversación sobre fútbol.
Don Andrés se movía por aquel espacio rebosante con la timidez de quien irrumpe en una fiesta a la que jamás fue invitado y con la sensación de no estar avanzando, como ocurre en las pesadillas persecutorias, pero curiosamente, no sentía dificultad alguna para respirar. Lo único que parecía incomodarle en aquel ambiente eran los ruidos, pues sentía los oídos saturados y los sonidos le llegaban tan duros que le rascaban las orejas por dentro. (Lo más desconcertante de todo fue que los ecos le llegaban como anticipados). Ante todos esos trastocados estímulos y circunstancias, a don Andrés se le hacía imposible completar un solo pensamiento concreto.
Una muchacha tan blanca que parecía gringa se le acercó con amabilidad y le tendió una toalla también blanca indicándole con un leve gesto que le siguiera hacia el fondo de la estancia. Don Andrés estuvo tentado de preguntarle a esa muchacha si era verdad que había muerto, si eso era morirse y aquella era la recepción habitual en la ciudad sumergida de la que sabía muchas historias por su abuelo, pero no pudo articular palabra.
La gringuita le llevó hacia un pequeño edificio coronado en cúpula que parecía  un temazcal (nosotros los tz´utujiles lo llamamos Tuj). “Pase aquí y póngase esa ropa, don”, le dijo la muchacha en tz´utujil sin acento alguno. Don Andrés entró en el tuj conteniendo las preguntas como el que aguanta la respiración y allí dentro, para su sorpresa, la atmósfera húmeda parecía seca. Aunque no apreció ningún cambio en el mecanismo de su respiración, juraría que notaba un aire en la garganta y que ese aire era como la brisa que se siente una noche de insomnio sobrio en la montaña.
“¿Quién soy,... dónde estoy,... qué me ocurre,... qué va a suceder,... importa ya?”, pensaba en trombas don Andrés mientras se vestía, pero cualquier argumentación, pensamiento o pregunta, se le desleía inmediatamente en el cráneo por cualquier cosa; por ejemplo, porque volvía a abrirse la puerta y la misma muchacha de antes le decía: “¿Está listo?, sígame”.
Matías González Chavajay: "Bolos"
Don Andrés salió del tuj buscando los ojos de la muchacha con la mirada mientras comprobaba que ya no se sentía empapado por dentro y por fuera como cuando llevaba puesta su ropa vieja. Para cuando alzó la vista y miró a su alrededor ya se había abierto un espacio vacío en medio del salón y la muchacha le indicaba una silla donde debía sentarse. Antes de hacerlo, don Andrés realizó un tremendo esfuerzo gutural y en voz más alta, (para que lo oyesen los presentes) preguntó si, en definitiva, estaba muerto o no. “Eso, usted sabrá, señor Ch´i´p”, contestó ella sin expresividad, sumergida en sus propios pensamientos. Sin embargo, en un acto inusual, o así lo percibió él, al observar en la muchacha el efecto de su propia tristeza, ésta le susurro: “… Pero no tenga pena don, ahora le dicen lo que tiene que hacer”. 
Fuese o no sensible a su sentipensar a don Andrés no le entraba en la cabeza que aquella muchacha pudiera ser gringa, salvo si llevaba tanto tiempo ahogada que había tenido ocasión de profundizar extraordinariamente en la lengua Tz´utujil.
Un Anciano que a don Andrés le pareció la autoridad más antigua de los Ahogados, sin moverse del lugar donde estaba sentado, preguntó: 
“¿De qué pueblo es usted?
Paula Nicho Cumez: "Ru K'ux Ya"
De San Pedro La Laguna -contestó don Andrés, atemorizado por la imponente  presencia y el murmullo burbujeante de la Voz-.
“Entonces usted ya sabe lo que significa ser "El último"”.
Don Andrés movió resignada y afirmativamente la cabeza sin abrir la boca.
“Muy bien”, prosiguió el Anciano, cuya larguísima barba blanca se movía al hablar como una serpiente enroscada que fuera a ahogarlo. “Este grupo de recién Ahogados tiene que salir ahora mismo y precisamente para anunciar la lista de San Pedro La Laguna. ¿Se encuentra con fuerzas para acompañarlos teniendo en cuenta que no ha acabado de llegar?”.
Don Andrés asintió más seguro esta vez, y así, sin saber cómo, debido a urgencias inusuales que venían a romper antiquísimos protocolos de toda la vida bajo el agua, salió reflotado hacia la superficie. 
Lo interesante es que para su conciencia de Ahogado parecía haber pasado un año sumergido, lo que prueba que sólo la naturaleza del tiempo marca la pauta que permite distinguir las atracciones de una y otra nostalgia. Al vivo, que sólo es tiempo, lo sumerge. Al Ahogado, en su no tiempo particular, por procedimientos que no conocemos, lo hace emerger. Los dos mundos, de espaldas, se atraen, y a pesar de que confluyen, nadie sabe nada ni de la naturaleza del otro ni de la naturaleza de su propia nostalgia. 
Paula Nicho Cumes: "Corazón del Cielo y la Tierra"
Quizá por eso, ese salir del agua al aire, ese supuesto “desahogo”, no lo recordaba don Andrés con tanta nitidez como el trago anterior. Tal vez debido a que estaba demasiado preocupado pensando cómo zafarse de los Ahogados y los requerimientos de la famosa lista, pues según declaró, “no tenía ninguna intención de colaborar con ellos en su cruel tarea”. 
El caso es que después de fijarse en las barbas del Anciano, en un abrir y cerrar de ojos, don Andrés, se hallaba en un cayuco parecido al suyo, solo que carcomido por la humedad y acompañado o custodiado (no se sabía bien), por una comitiva excesiva de Ahogados que parecían músicos agotados después de un largo parrandón.
Nada más desembarcar, a don Andrés se le inundaron los ojos de lágrimas por el cambio de atmósferas y por la recién recuperada cercanía de su vida pasada, especialmente al ver que los Ahogados “con extrema crueldad” elegían para el desembarco el muelle de su mejor amigo, el doctor Natareno.
Diego Isaías Hernández: " Susto por Explosión de Cal Terrón"
Cuando le indicaron que se pusiera al frente de la comitiva para “liberar a su elegido”, a don Andrés le vino (no supo explicar cómo) un recuerdo que le pareció su única esperanza de salvación. (Tengo que adelantar aquí, que este recuerdo era una clave de interpretación importantísima que yo no supe comprender hasta mucho tiempo después). 
Animado por ese recuerdo, que fue la primera idea sólida que don Andrés pudo articular, comenzó a buscar plásticos de los muchos que abundan tirados por todas partes, y procedió a amontonarlos en medio de la plataforma de madera del muelle. A los Ahogados que le miraban estupefactos les dijo que estaba preparando una trampa para que su mejor amigo le hiciera compañía en su nueva vida de Ahogado.
Emilio González Morales: "Baile de las jarras"
"¿Y qué piensas hacer con estos plásticos, Ch´i´p?", le preguntó el que parecía al frente de la comitiva (un hombre bajito y obeso cuyo rostro le evocaba a don Andrés el de un viejo maestro de la Capital que acabó casándose con una Pedrana).
Voy a quemarlos en medio del muelle para que mi compañero venga, tropiece aquí (señaló unas tablas sueltas) y así podamos aprovechar para lanzarlo al agua, porque es un hombre demasiado grande y pesado.
“Muy bien, Ch´i´p, adelante”.
 Así fue como don Andrés obtuvo su legendario triunfo sobre la comitiva de Ahogados, porque en cuanto el plástico comenzó a quemarse, los Ahogados salieron corriendo y se dispersaron dejándolo sólo y dormido (o así me lo encontré yo). 
“Fue más fácil de lo que nunca llegué a pensar”, repetía don Andrés en los primeros momentos, cuando comenzó a salir de su desorientación: “Me acordé de lo que la zorra le hizo a los Ahogados y eso me salvó”...
Diego Isaías Hernández: "Mal hora de los pescadores por la horrible canción de la Siguanaba"


13. HOMENAJE TARDÍO

(Fragmento del Ensayo "TESTIMONIOS DIFERIDOS"
de Antonio Canil)


Parte Segunda: Doña Petrona González


...Y así llegamos al momento en que, de un modo que será doblemente diferido, voy heredando yo el peso de transferir esta historia que me llevó a interesarme cada vez más por las Leyendas de mi Pueblo.
Ese día, yo estaba saliendo, como cada mañana por aquel entonces, camino de un cafetal que mi papá tenía en la falda del Volcán, cuando vi a don Andrés tirado en la calle Pachanay como tantos días, durmiendo su borrachera. Parecía tan feliz como un recién nacido. Lo que me sorprendió fue que las ropas que vestía estuviesen, en apariencia, tan blancas y limpias como empapadas. 
Diego Isaías Hernández: "Gritos de Lobos por el Tiempo de la Naturaleza"
Mientras me preguntaba si don Andrés se había caído borracho al agua y después se había quedado dormido, de repente, se despertó, causando un susto de muerte a una mujer que pasó muy cerca, con su carga de café sobre la cabeza. Entonces me acerque a él, ayudé a la señora como pude a recoger los granos y me llevé a don Andrés a tomar un café. Allí, mientras el dueño repasaba los colores a uno de sus cuadros, don Andrés Puac Tuyuc, recompuesto gracias a la comida me contó la historia que cambió la mía.
Matías González Chavajay: "Las Bolitas, Nahualá"
Pese a su proverbial sinceridad y a los interesantes detalles de un ahogo que parecía un sueño, no acababa de creerme su relato, mucho menos llegué a asimilarlo. 
Regresé con él a su casa ya que después de desayunar se sentía mareado y al comprobar la reacción de su esposa, me quedé más desconcertado que tras escuchar el fantástico y minucioso testimonio. Su esposa, doña Felisa, que estaba tejiendo, más que reprocharle la borrachera de la que parecía no haber emergido todavía, comenzó a preguntarle de dónde había sacado la ropa que llevaba puesta y si pensaba que iban a aguantar la vergüenza cuando viniera alguien a reclamársela.
Chema Cox & Edwin González: "Cocina Maya"
Este detalle mínimo, no tanto por las respuestas de don Andrés como por las preguntas de su esposa, comenzó a hacerme dudar de mis dudas. Por respeto a su intimidad les dejé discutiendo y me fui al cafetal sumergido en todas estas cavilaciones. (Téngase en cuenta que entonces yo no había comprendido más que muy superficialmente la historia de don Andrés y tampoco sospechaba el efecto que tendría en mi futuro).
Al regresar a casa, aprovechando que la mamá de mi esposa estaba de visita y conocía muchas historias de los Antiguos, sin mencionarle nada de don Andrés, que era contemporáneo de su infancia, le pregunté si conocía una leyenda sobre una zorra y unos Ahogados.
Doña Petrona dijo que, si la conocía, era por la famosa historia que le pasó al abuelo paterno de don Andrés. Esta inesperada mención al abuelo me devolvió al estado de estupefacción en que me había dejado el testimonio del nieto, de modo que le pedí que me contara las dos historias, la del abuelo y la leyenda. Aunque doña Petrona no lo narró con estas palabras, así lo recuerdo:
<<Hace muchos años, estando en la milpa donde dormían porque quedaba lejos del pueblo (entonces no había carros), el difunto don Andrés y su nieto, encontraron una zorra que había sufrido un golpe en la cabeza y estaba todavía atontada, pero en ese momento, justo cuando el difunto don Andrés acababa de atar a la zorra en un saco de los que se usan para cargar el maíz se les apareció un grupo de Ahogados que desembarcaba en aquel lugar con sus tambores y sus ropas blancas.
El pequeño Andrés no llegó a ver la Comitiva porque su abuelo tomó la precaución de taparle la cara con una mano, por si emitía un grito de terror que alertara a los Ahogados. A pesar de todo, estos debieron escuchar el grito ahogado del niño porque comenzaron a caminar hacia ellos. El difunto don Andrés, al acordarse de la leyenda de la zorra, desató el cordel de su saco y consiguió reanimar al animal a base de oraciones, hasta que por una patada fortuita que le dio el niño, la zorra salió disparada en dirección a los Ahogados.
Diego Isaías Hernández: "Gritos de Lobos Señalando el Tiempo"
Eso les salvó, porque la zorra se comportó como en la leyenda. El pobre animal, al sentirse acorralado, comenzó a tirarse pedos de un olor insoportable. (Yo no lo he sentido, pero debe ser peor que el olor a plástico quemado). En cuanto les llegó el aroma a los Ahogados, comenzaron a estornudar, a vomitar y a dispersarse. Así fue como se libraron de una muerte segura, gracias a las oraciones y a que el difunto Don Andrés era de los Antiguos y conocía bien todas las leyendas de Nuestro Pueblo>>.
Estuve tentado de compartir con mi suegra la nueva historia de don Andrés y los Ahogados. No lo hice por temor a que mi esposa me considerara tonto, borracho, loco, o las tres cosas a la vez. Pero desde entonces comencé a interesarme secretamente por las leyendas de mi pueblo y me empeñé a fondo en ello. 
Por los detalles que don Andrés me iba revelando  dosificadamente y en exclusiva, fui creyendo cada día más en su historia y poco a poco comencé a sumergirme con nuevos y desahogados ojos en todas las demás leyendas de Nuestro Pueblo. 
Chema Cox & Edwin González: "Princesa tz'utujil con sus flores"
Esta afición se consolidó (quien lo iba a pensar) porque me ayudó a empeñarme en los estudios hasta llegar a ser el segundo tz´utujil que se graduaba en la Universidad Panamericana. Gracias a una beca de la Academia de Lenguas Mayas, con el tiempo (más de lo habitual por el racismo que gobierna Guatemala), llegué a doctorarme en Antropología Cultural, pero por desgracia y por mi carácter, pasé toda mi vida académica luchando en vano contra el eurocentrismo. 
He escrito varios libros que nadie lee, quizá porque en ellos sostengo tesis que algunos han calificado como "antiacadémicas", seguramente por fundamentarse en estas ideas que el testimonio directo de don Andrés me legó. No voy a rebatir aquí a esos ignorantes, pero mi tesis, expuesta muy escuetamente, es la siguiente:
Aunque hayamos perdido la “puerta de entrada”, existe una memoria colectiva que podríamos llamar “legendaria” (yo soy testigo directo del último que la cruzó). Esa memoria legendaria, al alcanzar el nivel de vivencia, funciona como la de los sueños, ya que suele expresarse en estructuras de relato extrañas, “oníricas”, “surreales”: de ahí las lagunas, la fisonomía nebulosa e inverosímil de muchas situaciones y pasajes, que resultan muy difíciles de traducir a otras lógicas.
Emilio González Morales: "El Viento"
Por eso pienso ahora que a don Andrés y a su Abuelo, no les salvó este o aquel detalle de las historias que narraron: la sensibilidad de los Ahogados a los aromas nauseabundos, la ausencia o no de segunda intención en lo que hacen, la peculiar naturaleza de su nostalgia, sino la capacidad de recordar una leyenda pasada (la de La zorra y los Ahogados) mientras afrontaban la suya en el presente. Y esta capacidad es la que estoy comparando con la del soñador que sin saber que sueña es asaltado por el recuerdo de un sueño anterior y, pese a las lógicas de vigilia que de repente emergen en su conciencia dormida, no se despierta, sino que se refuerza y fortalece su soñar.
En definitiva, estos testimonios diferidos me enseñaron la facultad legendaria de despertar soñando. Y a eso voy a dedicar mis últimos días.

Emilio González Morales. "Baile de los Antepasados"


FIN CICLO PRIMERO