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martes, 5 de enero de 2016

CICLO SEGUNDO. PERSONAJES LEGENDARIOS. Capítulo 19. LAKE (o "El Curandero Gringo")

NUEVAS LEYENDAS DEL LAGO ATITLÁN


JORGE RUIZ CUESTA

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DESPERTAR SOÑANDO. S.A.
Atitlán,
Cerca del agua.



 
CICLO SEGUNDO:
"USOS, MANÍAS, LEYENDAS Y COSTUMBRES



FASE VI "PERSONAJES LEGENDARIOS"

17. ENANOS (o "Nuestra Madre Tierra re-quiere lo pequeño")
18. ALDOUS HUXLEY ( o "La tozuda imaginación")
19. LAKE (o "El curandero gringo")
20. EL PRINCIPITO DEL LAGO (o "Personaje en busca de lector")

FASE VI 
"PERSONAJES LEGENDARIOS"


19. LAKE (o "El curandero gringo")



Esta no es una leyenda, sino la historia de un muchacho legendario. La historia de un niño gringo que en poco tiempo llegó a ser tz´utujil. La increible pero verdadera historia de Lake Kennedy, que vivió 13 años en el Lago Atitlán.
Yo tenía 17 años cuando conocí a Mia. En ese tiempo es cuando San Pedro comenzó a ser un pueblo hippie. Acá llegaban muchos gringos, que traían dólares y querían pasarla bien: fumarse su hierbita, hacer fiestas en la orilla del Lago, ir a navegar o a pasear. En ese tiempo, nuestro país vivía la Guerra y los ejércitos llegaban a cada rato para buscar más muchachos con los que seguir la matazón. Un día yo me libré de ser capturado porque me entretuve varios días en la casa de Mia, por eso, hasta que pasara la tormenta, decidí aceptar su invitación y me quedé a vivir con ella clandestinamente.
Mia vivía con sus mellizos, Lía y Lake, que por entonces eran dos bebés llorones y más rojos que los granos de café maduro. Me contó que en realidad vivía en el Lago, refugiada de su propia familia. Su marido, era el sobrino del ex-Presidente Kennedy, pero ya se había separado de él. “Él es un niño mimado, un irresponsable y un loco, pero como su familia tiene mucho dinero y mucho poder, quieren arrebatarme a mis hijos”.
Viendo venir el problema en cuanto se zafó de su marido, Mía compró un boleto de autobús para la frontera mexicana y estuvo un tiempo viajando por México y Belice hasta que llegó al Lago Atitlán, donde nacieron sus hijos.
Yo poco a poco fui adaptándome a la nueva vida: organizaba excursiones en barca, a caballo y a pie, vendía las artesanías que realizaba Mia, primero sola y después ayudada por sus hijos, y vendía también nuestra hierbita, esa que tanto les gusta a los gringos, la misma que les hace exclamar: “Oh my God, that's life”.  
Todo marchaba estupendamente, éramos ya como una familia, cuando por sorpresa, supimos que el marido de Mía acababa de llegar al pueblo y andaba preguntando por ella. “Nos marchamos a Agua Escondida”, le dije a Mía: “Allí tengo unos amigos que podrán ayudarnos y ocultarnos hasta que pase la tormenta”. Reconozco que yo en ese momento estaba más asustado por la posibilidad de que me llevaran los ejércitos que por el marido de Mía, por muy Kennedy que fuera.  
En Agua Escondida, Lía se puso enferma. Primero le dio diarrea y después tuvo tres noches de fiebre y vómitos. Pensamos que tenía malaria y yo me fui a San Lucas Toliman a por su medicina. Cuando regresé Mía estaba ahogando su pena en lágrimas y alcohol. Pasó unos días en coma y después comenzó a recuperarse poco a poco. Se recuperó su salud, pero no volvió a ser la misma mujer. Lake en cambio, pareció haber madurado en ese lapso todo lo que cualquiera puede madurar en toda su vida.
Decidimos regresar a San Pedro. Afortunadamente el marido de Mía ya había desistido en su búsqueda y supimos que se había marchado al Salvador, porque alguien le dijo que Mía se había vuelto a casar con un salvadoreño huido de la Guerra en su país. No sé de dónde salió el rumor del salvadoreño, pero eso nos permitió reinstalarnos en nuestra vida anterior y volver a ser pasablemente felices. Los gringos seguían llegando cada vez en mayor número, con más sed, más dólares y más ganas de vivir la “good life”. A Lake lo inscribimos en el Colegio Ixmucané y a los pocos meses ya hablaba en nuestra lengua conmigo. Daba gusto verlo vestido de pedrano, con sus ojos más azules que el Lago en día despejado y el cabello tan claro como el elote tierno.  
Una mañana nos asustamos mucho porque Lake dijo que no podía ir a la escuela, le dolían todos los huesos y no podía levantarse. Más que Lake, me preocupó la reacción de Mía, todavía demasiado afectada por la muerte de su hija, aunque ya hubieran pasado más de dos años. Era tal su pena que algunas voces del pueblo, las voces chismosas y rencorosas de siempre, comenzaron a soltar el rumor de que Mía no era mía, sino la Llorona.
Esa misma noche, un ruido me despertó y pude ver a Lake, levantado y vestido como si fuera a ir al colegio, abriendo la puerta de nuestra pequeña cabaña. Todavía estaba oscura la noche, pero pude ver que caminaba con los ojos cerrados, como dicen que caminan los sonámbulos. Por eso decidí seguirle sin hacer ruido, pues también se dice que una interrupción de su sueño puede matarlos.

Lake tenía por entonces unos siete años. El pelo largo y rubio, alborotado por la brisa de la madrugada le daba un aire fantasmal a su menuda figura vestida de pedrano. Caminaba muy despacio, como si estuviera borracho o escudriñara todas las piedras del camino. Cuando adiviné que se dirigía a la orilla del lago, tomé otro camino y me adelanté porque quería ver en su rostro, saber si caminaba despierto o dormido. Sin duda alguna puedo confirmarlo aquí: caminaba dormido.
En el lugar donde se encuentra ahora el hotel “Villa Cuba” había entonces una milpa. Lake se metió entre los surcos y le perdí de vista unos instantes, hasta que llegamos al claro de la orilla. Allí se sentó sobre una gran piedra y comenzó a susurrar una retahíla de palabras en nuestra lengua tz´utuhil entre las que solamente pude distinguir algunas ideas sueltas: “abuela luna, hermano lago, querida piedra y líneas de poder”. “No es posible”, me dije. “Será que este niño ha aprendido los rezos de los Antiguos o que ellos le dictan lo que tiene que hacer y decir en sueños?”.
Por fin, Lake dejó de recitar, se levantó de la piedra y volvió a agacharse tocando con las manos la arena negra de la orilla. Vi que se frotaba todo el cuerpo con la piedra pómez que había recogido, como si estuviese lavándose con jabón. Después en lugar de tirar la piedra al Lago como debe hacerse cuando un Ahogado te ha mordido, la guardó en el bolsillo del pantalón y comenzó a caminar en la dirección contraria por donde había venido. Le seguí hasta la casa. Vi cómo se metió en su cama mientras yo caía en el insomnio.
A la mañana siguiente, Lake ya no estaba en la casa. “Se ha ido a la escuela”, dijo su madre, que ya fumaba en la cocina. Mientras desayunábamos le conté lo que había ocurrido con su hijo aquella noche. Esa tarde supimos por boca del propio Lake, toda la historia. Había tenido un sueño. Soñó que unas voces le decían lo que tenía que hacer para quitarse el dolor de huesos y regresar a la escuela. “Busca tu piedra en la orilla del Lago. La reconocerás, porque te encontrará ella a ti, no tú a ella. La piedra te curará”, le dijeron. “Lo extraordinario es que la piedra está aquí y yo ya estoy curado, sin haber hecho nada, mamá, lo juro”. A ver la piedra, le pedí yo. “No puedo mostrarla, pero aquí está”. Nos mostró una caja de Nivea de las que su madre solía usar para cuidarse la piel, haciéndola sonar como si fuera una maraca.
Desde entonces Lake se convirtió en huesero y su fama no hizo sino incrementarse con el tiempo. Muchos enfermos y hasta sanadores reconocidos pasaron por nuestra casa. Lake siempre hacía lo mismo. Hablaba mucho con los enfermos, les ayudaba a expresar sus quejas, sus rencores, sus anhelos, sus sueños y después sacando la piedra de la cajita de Nivea, escondiéndola siempre a la vista del enfermo, les frotaba con energía las partes doloridas, recitando largos conjuros en una extraña lengua maya. ¿Qué idioma es ese que hablas cuando haces tus curaciones?, le pregunté una tarde en que hacía su tarea escolar a la puerta de la casa. “No le digas a nadie, pa, es uno que aprendí soñando“.

En pocos años, Lake era el niño más famoso del pueblo. Todos los vecinos querían visitarlo, conocerlo, tocarle su cabecita dorada. Al poco de cumplir los trece años, cuando Lake ya discutía de igual a igual con los más Ancianos y sabios Sacerdotes Mayas, como Jesús con los Rabinos del Templo, un operativo militar irrumpió en nuestra casa. A mí me llevaron al Ejército y no volví a ver nunca más a Mía y Lake. Muchos años después supe lo que me temía, que se los habían llevado a los Estados Unidos, reclamados, supuse, por la todopoderosa familia Kennedy. Desde entonces no sé nada de ellos y cada vez son menos los pedranos que los recuerdan en su dimensión real y son más los que murmuran como si Mía fuese la Llorona y su parentesco con los Kennedy un mito posmoderno.
Entre las ruinas de la cabaña que habitamos durante aquellos años felices, encontré la cajita de Nivea de Lake. La piedra no estaba dentro, pero a mí se me ocurrió sustituirla por otra. Fui a buscarla al lugar donde Lake la encontró la noche que se levantó de su cama sonámbulo... Y me encontré una caja de madera con botes de pintura al óleo y pinceles en muy buen estado. Desde entonces soy pintor. No un pintor famoso, ni legendario, ni rubio como aquel Lake, pero gracias a la vida, con mi actual esposa, vamos tirando.
 
 PRÓXIMAMENTE
 FIN CICLO SEGUNDO:  
"USOS, MANÍAS, LEYENDAS Y COSTUMBRES

FASE VI "PERSONAJES LEGENDARIOS"
 20. EL PRINCIPITO DEL LAGO (o "Personaje en busca de lector") 

 

...AQUI TERMINAN PROVISIONALMENTE ESTAS...

NUEVAS LEYENDAS DEL LAGO ATITLÁN